viernes 15 de mayo de 2009
Un Extraño Ser me Vigilaba
El famoso monasterio (en las fotos)
Río Esla
Testigo: Guillermo Rodríguez Riesco, residente en la capital de Zamora, año: primavera de 1974, a orillas del río Esla, a espaldas del monasterio abandonado de Moreruela.
Desarrollo de los acontecimientos:
“Era jueves, hacia las cinco de la tarde. Había acudido a pescar en compañía de un amigo. Y siguiendo la costumbre nos distanciamos. Él fue a situarse a kilómetro y medio de donde yo estaba. Planté las dos cañas y me senté, a la espera de un feliz y rápido “acontecimiento”. ¡Y ya lo creo que se produjo! Pero no en forma de pez…
Recuerdo que tenía a mi derecha uno de los perros grandes: un boxer cruzado con bulldog. Una fiera. A la izquierda descansaba igualmente otro chucho más pequeño. Y con la mirada fija en las cañas, me entretuve haciéndole cosquillas al pequeño. Todo se hallaba en paz; en un agradable y acariciante silencio. Y de buenas a primeras, sin explicármelo siquiera, se alzaron y comenzaron a ladrar violentamente, con las orejas, colas y pelaje erizado como púas, en actitud amenazante. No me dio tiempo a pensar. Por mi derecha, a un centenar de pasos, distinguí a una “persona”. Ésa fue mi impresión inicial. Me observaba atentamente y con el cuerpo inclinado hacia adelante. Era alto, muy alto. Con una talla superior a los dos metros. Hombros anchos y cuerpo –no sé cómo explicarte- enfundado en una vestimenta metalizada y blanca. El cuello era largo, la cabeza grande, redondeada y sin cabello. Estaba inmóvil, con los brazos –digo yo- pegados al tronco.
Durante segundos nos espiamos mutuamente. Los perros cada vez más alterados, se revolvían furiosos, avanzando un par de metros y retrocediendo. No sé que pudo ocurrirme. Quizá fue el miedo que me entró a caminadas. Quizá no. El caso es que empecé asentirme atolondrado. Me restregué los ojos, pero, al abrirlos, allí seguía el “individuo”. E, intuyendo un peligro grité: “¡Ricky, ve por él!
Y los perros obedecieron, lanzándose en su búsqueda. Pero antes de que hubieran recorrido veinte o treinta metros, el extraño ser se alejó monte arriba, deslizándose sobre el terreno como si tuviera un motor en los pies. ¡Madre mía! ¿Qué es eso?, me dije. Marchaba más rápido que los perros. Calculo que a unos cincuenta o sesenta kilómetros por hora. Y desapareció de mi vista. Los perros entonces alcanzaron el lugar donde había permanecido el “robot” –o lo que fuese- y allí se quedaron un rato, husmeando, ladrando y haciendo círculos. Cuando acerté a recuperarme un poco del susto y del atontamiento, llamé a los animales y, recogiendo las cañas, salí del lugar como alma que lleva el diablo. Me reuní con mi compañero, pero, inexplicablemente, no abrí la boca. Durante un tiempo los perros continuaron excitados y agresivos. Y sin más, me metí en el coche, regresando a Zamora. Y durante todo ese fin de semana prácticamente hasta el domingo por la noche, me mantuve en un estado que no era normal. Apenas hablaba, casi no tomé alimento y pasaba muchas horas inmóvil, como paralizado. Francamente lo achaqué al fortísimo miedo y a la proximidad del ser. No le encuentro otra explicación.
Al jueves siguiente, y en compañía de unos amigos, regresé al sitio. Les conté lo ocurrido, pero como es normal, hubo división de opiniones. Y por espacio de varias horas inspeccionando la zona, a la búsqueda de posibles huellas. Nada de nada. Allí no se apreciaba rastro alguno: ni pisadas, ni huellas, o maleza aplastada... Y no lo entiendo porque, aunque no tocaba el suelo, el deslizamiento tuvo que dejar alguna alteración”.
Según este testimonio, ese desplazamiento se inició, casi con seguridad, como consecuencia del azuzamiento de los perros. El ser, mientras se alejaba por la suave pendiente, siguió rígido como un poste, sin mover los hombros ni flexionar piernas o brazos.
“Su apariencia incluso, era semejante a la de un hombre, excepción hecha de su altura y del uniforme, que le cubría de una sola pieza y perfectamente ajustado al cuerpo. El color, blanco, tirando a amarillento, también me extrañó”.
¿Qué habría ocurrido en el Esla si, en lugar de azuzar a los perros, el pescador hubiera dominado el miedo, tratando, por ejemplo, de comunicarse con el gigantesco observador?
Fuente: “La Quinta Columna”; J.J. Benítez
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